Abriré esta pieza de la misma forma en que debería de haber abierto otra: me considero feminista, con todo y las miradas raras que me ha ganado decirlo.

Rosie teh Riveter

Si no conoces esta imagen, ¿debajo de qué piedra has vivido?

Creo que muchos hoy en día piensan que el feminismo en como un equivalente al machismo; un declararse superior al otro en base al sexo. Otros piensan que es un movimiento passé, que ya no tiene sentido porque las mujeres ya tenemos igualdad.

A los primeros les diría que hay muchos tipos de feminismo, pero que en general se trata de un movimiento pro igualdad, no de “superar” o dejar atrás al otro.

A los segundos les diría que no, no tenemos igualdad absoluta. Podemos votar: ese es posiblemente el único derecho que se nos reconoce plenamente. Y la situación sin duda ha mejorado desde que empezó la lucha. Pero cuando uno lee que, en Estados Unidos, la mujer gana en promedio .78 centavos por cada dolar que gana un hombre, no puede caber duda que aún falta un poco.

(Y eso es en Estados Unidos: ¿qué se podrá decir de países menos desarrollados?)

El feminismo de segunda ola es el encargado de asuntos de igualdad laboral y en la familia, de esos molestos problemas  de desigualdad de facto, que no se mencionan pero existen sin que muchas se den cuenta de que los viven. Por eso mismo, y sin importar lo que diga la Wikipedia, sigue vivo y presente hoy en día, y no se le puede dejar descansar.

Pero hoy quiero concentrarme en un problema que corresponde a la tercera ola, un problema que la segunda ola no sólo no puede resolver sino que lo haría peor: el problema de la cultura, y para ser más exactos, la cultura en Medio Oriente.

Burka

La pregunta: ¿identidad cultural o represión?

Ayer en el New York Times venía impreso un artículo llamado “Dividen libertades a mujeres sauditas.”

Empezaba así:

«Hace dos años, Rowdha Yousef comenzó a notar una tendencia inquietante: las mujeres sauditas […] comenzaban a organizar campañas a favor de mayores libertades personales.»

Lo inquietante para mí fue leer eso. Si yo me diera cuenta de que en el mundo hay más campañas por la libertad personal en las mujeres, me alegraría. ¿Por qué inquietarse? Lo que tanto asustó a Yousef fue el caso de otra mujer, Wajeha a-Huwaider, que había intentado salir del país sin un guardián masculino o un permiso firmado por el mismo. Por supuesto, no se lo permitieron.

Indignada ante eso, Yousef llevó a cabo una campaña llamada «Mi guardián sabe lo que es mejor para mí,» y sobre decir que tuvo mucho éxito. A través de esta campaña, pide castigos ejemplares para aquellas mujeres que exijan igualdad entre los géneros, las que convivan con hombres (de forma amistosa), etc.

Fue ahí cuando se me escapó el primer QUÉ de la lectura. El segundo fue cuando leí que esta conservadora, que a los 39 años tiene que pedirle permiso a su hermano mayor para hacer cualquier cosa, se declara admiradora de Hilary Clinton ¿QUÉ?

¿En serio?

...déjame procesar esto, espera.

Para mí, esto no tiene sentido. ¿Cómo puedes afirmar que, como mujer, no puedes saber lo que es mejor para tí, y después afirmar que admiras a una de las mujeres más liberadas del occidente? El problema es que Yousef se considera una mujer liberada: tiene un trabajo como asesora matrimonial, es madre divorciada (¿se divorció o la divorciaron, como suele ser en el Medio Oriente) y se siente satisfecha con su vida. Pero las libertades que Yousef afirma poseer no son suficientes para al-Huwaider, que lucha por más.

El problema radica en el choque de culturas. Cuando mujeres de tradiciones tan firmes y, a veces, extremas como la Islámica, se acercan por primera vez a la cultura occidental, lo más seguro es que resulte en una de dos reacciones: «envidia» ante las libertades individuales de la que hacemos gala aquí, o espanto ante lo libertinas y descuidadas que resultamos. Por lo mismo, algunas mujeres luchan por «liberarse» mientras que otras lo hacen por mantener vivos los «valores» de una buena sociedad.

El problema, como mujer que observa desde afuera, es qué tanto podemos meternos al problema. Cuando en Francia se empezó a discutir la ley «anti-burqa,» que cubre también al chador, niqab y demás prendas que cubren, tontamente (¡muy tontamente!) yo asumí que las mujeres estarían hasta contentas.

Pero fueron las primeras en rechazarla. Para ellas, esas prendas son no sólo una pieza de su identidad como musulmanas sino, tal y como lo dice su religión, algo que las proteje de las miradas de los hombres. Y aunque muchas la adoptan como buenas borreguitas, me ha sorprendido la cantidad de mujeres inteligentes que abogan por la burqa. Para mí es impensable, y ese es el problema de la tercera ola: entre mujeres no podemos entendernos.

(Yo diría, ¿alguna vez nos hemos entendido? El quasi-entrenamiento cultural que recibimos forma abismos entre mujer y mujer. Y eso no sólo no nos permite entendernos sino que, como diría una amiga, hace que entre mujeres nos consideremos pendejas constantemente. ¡Saludos a Querétaro!)

Peor aún, si una quiere considerarse políticamente o intelectualmente activa como feminista, este no es un tema en el cuál podamos encojernos de hombros y decir, «Bueno, qué se le hace.» Es un tema demasiado actual, demasiado sensible como para dejarlo pasar. Por un lado, es necesario respetar a las culturas ajenas, y no podemos forzar a otros a comportarse de acuerdo a nuestras expectativas culturales: que sean nuestras, y por lo mismo reconocibles y normales para nosotros, no significa que sean las correctas.

Por otro lado, para citar a Morrigan en el blog de Heartless Bitches International, la burqa, el chador y demás son ropajes nacidos de unha desconfianza entre hombres y mujeres. Los hombres no confían en que las mujeres no «los tienten,» las mujeres no confían en que los hombres no se sientan «tentados.» Por lo mismo, hay que cubrir el cabello (que al recibir la luz despide lujuria), la cara, el pecho, las piernas…

¿Qué dice esto? Primero, que los mismos hombres no confían en otros hombres. Que un amigo cercano puede «desear» y por lo tanto violar a tu hermana, por lo mismo hay que cubrirla. Para mí, siginifica que siempre habrá una distancia y una incapacidad de compartir plenamente lo más valioso que se tiene; la familia.

Y entre mujeres, significa que efectivamente consideramos a los hombres como animalitos incapaces de contenerse frente a una cara bonita. En el momento en que nos ven nos desean, nos pueden «ultrajar.» Por lo mismo: hay que cubrirnos frente a todos los que no sean familia. Y curiosamente, dos de cada tres violaciones son por parte de familiares o personas cercanas…

Los cambios vienen. El cambio, porque me niego a usar la palabra «evolución,» es la forma básica del ser humano. Pero estos cambios se van a tardar en llegar.

La mujer de la que hablaba al inicio, la activista al-Huwaider, resume todo el problema en unas palabras:

«Los hombres sauditas se enorgullecen de su caballerosisad,» expresó Huwaider, «pero es la misma clase de sentimiento que tienen por los discapacitados o por los animales.»

Gracias, Huwaider, por expresar perfectamente lo que en muchas ocasiones es la caballerosidad: un relegar al otro a una posición de debilidad e incapacidad, deseada o no. Supongo que no es la regla, pero a veces así parece.

Y por este medio vemos también como la tercera ola se queda en el Occidente, mientras que en Oriente la segunda ola empieza a nacer sin necesitar ayuda de nadie, y sin ayuda de nadie estoy segura de que lograrán mucho.